martes, 19 de mayo de 2009

Próximo destino

Sería sábado o domingo. Yo tenía ocho años. Como todas aquellas mañanas entré al cuarto de papá y mamá para despertarlos pero, ese día, ya estaban despiertos. Así que procedí directamente a saltar en la cama. Ay, qué bonica la nena… Y entre saltos risas pisotones piruetas tonterías, finalmente caí rendida a sentarme entre los dos: el pegote en medio.

Entonces papá me habó entre juguescas del verano que habíamos pasado en Puerto Rico. ¿Te acuerdas? Pues claro. ¿Y si nos vamos a vivir allí?

De todo lo que podría haber dicho, recuerdo que pregunté ¿Y los primos también? No, dijo papá. A los primos y a los abuelos los veremos en vacaciones. ¿Nos vamos los tres juntitos? Vale, contesté tan chula, como quien acepta ir al cine. Pero es que sí, fue de película. Porque los tres somos más chulos que un ocho.

Así: tan simple, tan bonito es el momento que cambia unas vidas. Con tanta naturalidad, seguridad, alegría, con tanta despreocupación y acierto tomé –tomamos los tres- nuestra primera gran decisión juntos rumbo a la aventura.

Algunos años después, yo tenía once y no era un día cualquiera. Estábamos los tres juntitos en nuestra casa de Puerto Rico distrayéndonos con juegos y escuchando la radio a la luz de un farolillo de gas, atrincherados; Fuera aullaba el viento, golpeaba la lluvia de un huracán y de repente sonó el teléfono.

Los tres nos fuimos al cuarto de al lado, de la mano, y contestó papá. Mamá y yo estábamos a su lado siguiendo su parte de la conversación. Si. Hola. ¡Hombre! Si. Si. Ajá. Ajá. Si. Ajá… (todo esto mientras nos miraba de reojo y hacía caracolas con su bigote)… Ajá.

Después de un rato de silencio, papá le contestó al teléfono: “Para ser sincero este no el mejor momento, estamos en pleno huracán.”

Al poquito papá colgó. Y nos contó que le habían ofrecido un puesto en Brasil.

Aunque en ese instante papá dijese lo contrario los tres sabíamos que había sido el momento perfecto. Para guardar la anécdota. Para prender otra gasa en el farol de gas. Para quedarnos boquiabiertos. Y para tomar otra decisión.

Unos años más tarde, un verano en Madrid estaba yo con mamá en la cocina de casa de la tía. Sonó el teléfono. Era papá, que hablaba con mamá; yo sentada a su lado.

Sabíamos que nos íbamos, pero aún no a dónde. Mamá colgó, me miró, y yo expectante. Me dijo “Adivina.” Y eso… sólo rima con Lima.

Después de otros pocos años anuncié mi empeño en irme a Nueva York, y no sólo fue aceptado por mis padres sino que celebrado de antemano como una realidad, y tan a pecho me lo tomé, que allí acabé.

En algún momento antes de irme una conversación parecida a esta tendría lugar entre papá y yo:

Yo preguntaría, ¿Te vas a Nueva York?
Yo no.
Ah.
¿Y tú? Preguntaría papá.
Yo si.
Ah.
¿Ocho?
¿Quien, yo?
Si.
Yo si, ¿y tú?
Un cero con cinturón.
Ah.

Y mamá emocionadísima, talvez sin tanta tontería explícita, pero también. Y en risas sin escatimar.

La noche de antes de partir, después de cenar por Madrid una noche de verano caminábamos los tres agarrados –el pegote en medio- por el paseo de La Florida, con vista a las Almudena iluminada y empecé a cantar… Start spreading the news, I’m leaving tomorrow… Y al día siguiente nos embarcamos hacia Nueva York, después de haber cantado los tres agarrados una noche sin preocupación, porque juntitos los tres podíamos ir a la luna.

Otro año, ya no hace tanto, sonó mi teléfono móvil en mi habitación de Madrid. Por el tiempo que había pasado en Perú, ya tocaba cambio. Así que cuando papá me dijo que ya sabían el próximo destino no me sorprendí, simplemente esbocé una sonrisa que él no pudo ver pero que intuiría por mi voz: ¿… yyyy?

La respuesta de papá fue total: Chirimiri.

¿Eh?? Creo que respondería yo. Papá se rió y yo arriesgué, ya imaginándome a mis padres finalmente aprendiendo inglés.

¡Londres!
No.
Eh…
Más abajo.
¿Santiago?
No.
A Coruña.
Más p’allá.
Oviedo.
Más p’allá.
Gijón.
Eiiii más p’allá.
¡Pamplona!
¡Más p’acá! ¡Jajaja!

Creo que con los nervios dije todas las ciudades del norte de España menos la obvia, que quedó para el final, con los saltos de alegría, las risas y los nervios y alegrías de pensar que iba a volver a tener tan cerquita a papá y a mamá.

Luego fue que Bilbao no, y Madrid nos volvió a juntar. Así que nos pareció el destino ideal. Juntitos los tres.

Al final resultó que había un destino más, pero sólo para papá. Mamá y yo no nos quedamos solas, sino juntas. Y muy acompañadas. Seguro que ahora papá es el pegote porque siempre está en medio. Y que no se despegue nunca.

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¿Qué padres sensatos, adultos, responsables, concienzudos, respetables no sólo confiarían sino comprometerían su destino a la respuesta de una mocosa en pijama de ocho años una mañana después de desayunar leche con galletas y ver los dibujitos? Mi padres.

Hoy, yo soy adulta –los demás adjetivos no lo sé- y tengo en mis manos una lista de destinos, que confío a una rubia de cuyo brazo me cuelgo al pasear y a un espíritu en el aire que siempre me acompaña. Hoy tengo veintidós, pero sigo durmiendo en mi pijama viejo y zarrapastroso, todas las mañanas desayuno leche con galletas, me encantan los dibujitos y sigo saltando en la cama de papá y mamá en cuanto tengo ocasión.

No sé aún cual será el próximo destino, pero sé quien me acompañará. Y eso me hace estar tranquila. Porque vamos a estar juntas, buscando con alegría hasta encontrar a papá.