Al principio no había separación entre Aiê, la tierra de los humanos, y Orúm, el cielo de los Orixás… las energías del universo. Hasta que una vez, mientras se trazaba el límite de Aiê, un humano tocó el cielo con sus manos y Orúm y Aiê quedaron para siempre separados.
Ya ningún hombre podía ir al cielo y regresar de allí con vida, y tampoco los Orixás podían viajar a la tierra. Éstas divinidades fueron a reclamarle a Olodúmaré, el dios supremo, que les permitiera visitar la tierra de los humanos, y éste aceptó bajo la condición de que cuando visitasen Aiê debían hacerlo con el cuerpo material que ahora atribuimos a los Orixás.
Aquí en la tierra bailamos juntos la música de Olodúm, porque dançou que não entrou na dança. Estos carnavales como todos aquellos… en los que veíamos venir a Olodúm con su balanço da maré recorriendo el paseo marítimo de Salvador de Bahia y espalhando amor e axé pra todo o lado.
Así íbamos nosotros, arrastando o pé hasta el Pelourinho, con el repique o batuque e o choque do aço de los tambores de Daniela Mercury, que lloraba al ver la negrada que formaba el astral da avenida, que coisa tão linda. Nos movíamos con el resto de la moçada, batendo os pés no chão, y alcanzábamos el trio de Ivete Sangalo, donde iba a rolar a festa. Y allí podíamos quedarnos horas y horas, todo el carnaval, toda la fiesta, juntos y deseando que llegara la hora de subirnos a bailar al trio de Araketu. Porque sí, Araketu é bom demais.
Como por orden de Olodúmaré, nos visitas con el cuerpo de Orixá que nos saluda a mamá y a mi en la entrada, vestido de oro y turquesa, cada vez que llegamos a casa. Porque una vez que has ido a Orúm ya no puedes volver con vida a Aiê, salvo en forma de Orixá. Y así vienes a vernos en la tierra, a estar con nosotras todos los días.