En la encimera del ventanal de tu oficina tenías colocados
montones de fotos con personalidades de éxito, souvenirs de compañeros de
trabajo, placas conmemorativas de tus logros (y los de tu equipo, como siempre
recalcabas), recuerdos de miles de lugares fantásticos del mundo...
Y en tó el medio, destacando, lo que más
saltaba a la vista era un pedazo de cosa fea, medio desvencijada y de colores
ya despintándose por el paso del tiempo y las mudanzas.
Un porta-lápices hecho con palitos de madera que te había
regalado yo por algún día del padre.
De aquellos tiempos cuando yo aún era un pegote, ni siquiera
habíamos empezado nuestra aventura americana... Y sin embargo, lo llevaste
siempre y lo tenías en el mejor lugar para que todo el mundo supiera lo
orgulloso que estabas de tu hija y de cualquier tontería que hiciera.
Ojalá pudieras ver la de tonterías que estoy haciendo ahora,
papi.
Ahora tengo yo en mi oficina, en lugar destacado y muy a
mano, este armatoste para apuntarme las cositas importantes. Mamá lo rescató el
otro día de entre tus cosas, ahora lo tengo aquí a mi lado.
Gracias, papi, por tu regalo.