jueves, 19 de junio de 2014

Lo que mi padre le contó al Príncipe Felipe

Hace unos años papá llegó a España de vacaciones más tarde que nosotras porque le encargaron representar al Banco en una recepción que la embajada española en Lima ofrecía al Príncipe de Asturias, hoy proclamado Felipe VI, Rey de España.

Para mi padre, como para todos los presentes en aquél acto, fue un honor conversar y conocer al Príncipe. En estos eventos, que se juntan personajes de las altas esferas es fácil reconocer los diferentes tipos de personas: los más necios se sienten superiores por estar allí, los mediocres agachan la mirada ante quienes consideran más que ellos, algunos simplemente se mantienen en tensión por no saber cómo comportarse y recurren a sonrisas forzadas, frases preparadas... Con lo sencillo que es ser natural.

Me imagino la escena: la embajada vestida de luces, coches oficiales rodeando la manzana, agentes de seguridad fuera, dentro los señores con sus mejores trajes y gemelos, los grandes empresarios expatriados estirados y encantados de conocerse. Y entre todos ellos, mi padre, con esa elegancia que nacía no de creer ser algo por haber llegado hasta allí, sino de ser mucho más por venir de donde venía.

¿Y sabéis qué? Se lo dijo al Príncipe. Le dijo que era de Bienservida. Y el Príncipe se sorprendió por el nombre tan curioso de ese pequeño pueblo de Albacete que tenía allí, en la embajada de España, a su propio embajador itinerante.

Sí, así era mi padre: "natural, Serrano Navarro y de Bienservida".


En aquél patio salmón y de azulejos abierto al cielo gris de Lima, mi padre, respetando el protocolo tanto como su naturalidad, le habló al Rey de España de su pueblo.

Y pensar que quizá alguna vez te haya dado reparo acercarte a alguien y decirle eso que le querías decir... No. Hay que ser auténtico, valiente, y natural.  Y no sólo hay que decir que hay que serlo, hay que predicar con el ejemplo. Como Papá.

Me imagino a papá aquella noche en la embajada - el mismo escenario donde, meses después mamá, mis tíos y yo viviríamos una de las noches más recordadas en el anecdotario de las aventuras de la vida risa- me lo imagino haciendo ese gesto tan suyo, retirándose el flequillo de la frente, antes de darle la mano al Príncipe. 

Y sí, fue un honor para mi padre conversar y conocer al Príncipe. Pero quizás el Príncipe no se diese cuenta entonces; para él fue un privilegio conversar y conocer a mi padre.

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