No habíamos vuelto a tocar tu guitarra porque le faltaba una cuerda y faltabas tú. Pero sin ti aún seguíamos riendo, y tu guitarra seguía aquí.
Alrededor de la mesa, amigos; al fondo, la silueta del Pico del Padrón. El momento era casi perfecto. Así que mientras mi amiga desataba la cuerda rota de tu guitarra desaté de ella tus manos también.
Camuflamos con nuestras cuerdas vocales la falta de la suya y tu guitarra, al fin, volvió a juntar un corro de voces alegres alrededor.
Con bastante poca cordura, y nunca mejor dicho, desafiamos al pasodoble que amenazaba desde la verbena, rodeados por la sierra de Bienservida improvisamos letras y risas, y así fuimos poco a poco apagando la noche de luna creciente.
La mañana siguiente, al despertar, enrollé la cuerda de tu guitarra y la guardé. Pues conservar un recuerdo no hace olvidar que no todo tiene que ser perfecto, basta con una buena compañía y un poco de imaginación para volver a cantar.
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