¿Has hecho un trabajo de pena? ¿Tan mala eres? No papi, bueno, creo que no… te explico.
Verás, junto a unas amigas del trabajo, le preparé un Kit de la Sonrisa… y acabó llorando. ¿Objetivo conseguido? Pues… puede que sí porque era de esas veces que se llora sonriendo. Y como todos sabemos, la sonrisa es el símbolo universal para decir: “Gracias, sois unas petardas.”
Mientras ella está pasando por un momento difícil, por ponerle un término entendible, como es la muerte de un padre – Jo, papá, es que ya os vale… hacernos pasar por esto. Ya lo vamos pillando, “No quiero que me necesites, quiero que me eches de menos”. Vale. Hecho.
Bueno, que me enrollo. Mientras ella va pasando todas las fases, minifases, subfases del traspié que precede a la caída, me veo reflejada en mini-yo, hace ya casi 6 años. A veces preferiría volver a esos primeros días de aturdimiento, de petrificación por instantes cuando todavía me tenía que frenar la naturalidad con la que me disponía a llamarte o a hablar de ti en presente. Preferiría volver a esos días porque haría tan sólo unos días que había estado contigo.
Cuando te fuiste algunos se preocuparon porque no me desahogaba, decían que no hablaba. Pero es que yo no necesitaba hablar. Quería no hablar. (Total, ¿qué querían que dijera?) Necesitaba no hacer nada de lo que se esperaba que debía hacer. Y los que me acompañaban lo entendieron, así que me dejaron curarme a mi manera. Por eso monté este tinglado, para ir sanando poco a poco cada vez que escribo para ti.
En estos días -y en todos realmente- espero que ella sepa que cuenta conmigo. No para llorar o para desahogarse, que también, si es lo que quiere, sino para acompañarla en la manera que ella elija para curarse. Puedo tomarme una cerveza y charlar cuando le apetezca, puedo ser de ayuda práctica cuando me necesite, y puedo hacerme invisible cuando no quiera saber nada de nadie.
Creo que ella no es consciente de lo importante que es en mi vida.
Es una jefa excelente, me recuerda a ti, papi. Sabe coordinar, sabe decir bien las cosas y sabe decidir. Se interesa por mi trabajo, pero también por mi. Escucha mis ideas y mis anécdotas. Me ha descubierto el mundo de la interculturalidad. Ha jugado conmigo al pádel y se ha tomado conmigo unas cuantas cañas. Funciona con sentido común y sentido del humor. Me ha invitado a su cumple y ella ha venido al mío. Me demuestra día a día que no es tan difícil hacer las cosas bien. Ha sabido ver talento en mis aficiones, me ha animado a emprender, (básicamente me ha metido en un lío…) y ha convertido mis fortalezas en un proyecto. Conoce a mis primos. Me hace reír.
Cómo iba yo a saber aquél día que entré en su despachito mientras me hacía la entrevista de trabajo, que esa persona iba a ser tan importante en mi vida. Sí, una jefa es una jefa y es importante. Pero no es por eso… quizá un día relea esto y ella ya no sea mi jefa, pero seguirá llevando consigo el abrazo portable del Kit de la Sonrisa.
Es una jefa excelente porque es una persona maravillosa. Y ahora te dejo, papi. Voy a terminar de preparar la presentación del semestre de primavera, que si no mi jefa me va a matar.
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