“Nunca digas de esta agua no beberé ni este cura no es mi padre. Bueno, eso sí lo puedes decir”. Mamá me lo ha dicho muchas veces y está claro: Yo soy tú sin bigote.
Pero ¿quién eres?
Hay personas que no dejan de ver
a sus padres como “padres” y sólo empiezan a conocerlos y a quererlos como
“personas” cuando los pierden, o cuando alcanzan una edad, o una madurez de no
sé qué…
Al final voy a tener que dar
gracias a la vida, que me dejó tenerte más allá de los años infantiles, y sé
que eres mucho más que una rodilla que me hacía el caballito y una mano firme que
me sujetaba el sillín mientras aprendía a mantener el equilibrio en la bici.
Hemos jugado juntos, hemos
pintado, inventado, hemos hablado de tonterías infinitas y de los asuntos más
serios, hemos tramado y confabulado para darle sorpresas a mamá, hemos viajado
juntos, tanto, tanto… hemos dormido juntos, hemos cantado, hemos sacado tiempo
para vernos, hemos comido y hemos cenado, hemos volado horas y horas para pasar
unos días juntos, hemos llamado a larga distancia diariamente para contarnos
qué tal el día, hemos tomado decisiones, hemos empezado de cero juntos, hemos
cerrado casas y hemos creado hogares, hemos pensado lo mismo, hemos reído, tanto,
tanto…
Nos hemos conocido y nos hemos
querido. Y sé quién eres.
Eres un recuerdo y una presencia.
Eres una carcajada repentina y el mejor consejo, un detalle planificado y un
gesto espontáneo, una música de fondo y una puerta siempre abierta, un beso de
buenas noches, un aperitivo en la cocina, un paseo por la carretera, una
solución fácil y un predicador ejemplar, una mirada profunda, una idea
brillante, un voto de confianza, un bigote y un baile improvisado, un argumento
imbatible, todas las promesas cumplidas, divertido, natural, Serrano Navarro y
de Bienservida, el último en irse de la fiesta…
Eres mi padre.
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