Si hoy fuese
hoy contigo, por muy dura que fuese la jornada sabría cómo acabaría. Llegaríamos
a casa cada uno a una hora aunque lo más pronto posible. Nos empezaríamos a
arreglar, quizá para salir a un sitio chulo, o al mismo de siempre porque nos
encanta… A lo mejor tú irías directamente desde la oficina, o nos pasarías a
buscar: “Ya podéis bajar”. Llegaríamos al restaurante y nos sentaríamos en una
mesa los tres. Yo en medio. Sonriendo, adelantándonos ya anécdotas del día,
extenderíamos cada uno la servilleta sobre nuestro regazo. Yo abriría la carta
directamente por la sección de carnes y mamá sacaría sus gafas del bolso. Tú no
te quitarías la chaqueta del traje ni te aflojarías la corbata. Entre los tres
elegiríamos un vino, quizá sugerirías un joven argentino del que te hubiesen
hablado y, de entrante, para compartir, probaríamos alguna recomendación del
camarero. Mientras nos trajesen los aperitivos aprovecharías para llamar a la
abuela ahora que estábamos los tres. Luego brindaríamos y tú dirías “por mis
mujeres”. Mamá empezaría a picar pan untándolo con mantequilla, y nos iríamos contando
cosas del día, con quién habías hablado ya, qué habíamos hecho. Enseguida
llegaría tu pescado/plato innovador, para mamá un risotto tal vez y yo
aplaudiría cuando me presentaran el chuletón. “Nena, que te entra el nervio”.
Seguiríamos de charleta, recordando viajes y sobre todo tonterías. En algún
momento nos entraría tal ataque de risa que te taparías la boca con la
servilleta y elevarías la mano cruzando tu frente para colocarte el flequillo.
Mamá se encogería, y se le saldrían las lágrimas de no poder parar. Yo temblaría
en mi silla, pensando ya cómo contar esto después. Las mesas de alrededor nos
mirarían molestos o divertidos, nos daría igual, pero prediciendo nuestro no-parar,
mamá finalmente diría “Queréis hacer el favor” y entonces seguramente nos
reiríamos más porque ella diría que habíamos empezado nosotros. Entre risa y
bocao te llamaría algún hermanico o sobrino que aun faltase por felicitarte y
le mandarías un beso de las dos. Al llegar los postres tú no pedirías nada,
mamá un café y a lo mejor una tarta de queso o una cosa de esas de chocolate
con más chocolate por dentro, derretido, pero sólo si alguien iba a compartir. En
estas yo vería que había sorbete de limón y al final pediríamos tres. Mientras
llegasen nuestras copitas a mamá le entraría frío, se taparía los hombros con
un fular y haría eso de bufrrrr. Te reirías y dirías “El español fino…” y "El español valiente...". Con el sorbete en la mano
volveríamos a brindar y posiblemente pensaríamos sitios para nuestros próximos
viajes. Mamá sugeriría Petra o San Petesburgo, yo diría que a ver si esta vez
se pudiesen venir algunos de los tíos y recordaríamos de nuevo, sin duda, la
vez que le propusiste a la tía Isa venirse a Viena y te dijo aquello de “Si,
menuda Viena tengo encima”. Nos reiríamos, pero tú volverías a proponerle todo
siempre porque siempre querríamos que todos viniesen. Mientras nos trajesen la
cuenta haríamos repaso de lo que cada uno iba a hacer el día siguiente. Yo te
preguntaría cómo hacer alguna cosa que no sabía y que probablemente había
dejado para el último momento. Entonces me dirías, “Pero bueno nena, claro.
Luego te entran la prisas y-papá-y-es-que-y-y-y-glín…”. Jo, papá… Mamá me diría
que siempre me pasa igual, y tú me mirarías como diciendo lo que ya me habías
dicho pero asegurándome tu ayuda. Finalmente, llegaría la cuenta. Todo habría
estado riquísimo y se lo harías saber al camarero; cuando éste se fuese, mamá
pondría cara y diría que sí, pero que ese vino raspaba un poquito. Yo le diría “No
seas” y ella contestaría “A ver, ¿es que no?” Y nos reiríamos. Cogerías el
bolígrafo y, antes de firmar, estirarías el brazo derecho en un acto reflejo
para despejar tu muñeca del puño de tu camisa. Posiblemente yo te imitaría y sonreirías mirándome de reojo mientras mamá diría "Qué barbaridad, hija mía". Al posar la mano sobre la mesa, el mantel amortizaría el golpe y ruido de tu gemelo que, como el reloj y la
corbata, habrías elegido por la mañana. Al levantarnos de la mesa diríamos
gracias y buenas noches a los camareros que nos despidieran. Y al salir nos
pondríamos cada una a uno de tus lados y nos echarías el brazo por encima… y
así caminaríamos los tres, dando un paseo de noche hasta llegar al coche.
Eso sería.... si hoy fuese hoy
contigo.
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